Paré un momento delante de su casa cuando sabía con cierta seguridad que él no estaría allí. Conduje 4 kilómetros rezando para que no hubiera cambiado de hábitos en ese pequeño período de tiempo en que todo quedó en suspenso. El siempre salía de casa a las 7.45 para coger el autobús de las 7.58. Así que dejé un margen de 20 minutos sobre la hora establecida y aparqué mi coche en la esquina con Sendero. Encendí un cigarro, le di cuatro caladas y me bajé del carro inquieta como una ardilla. No había luz en su ventana, eso era buena señal. Tampoco se veía la luz de la escalera encendida así que supuse que todo marchaba como era de esperar. Procuré calmar mis palpitaciones repitiendo un estúpido mantra. No funcionó.
Me subí la cremallera de la chaqueta mientras agitaba la llave de su casa (nuestra ex casa). No podía dejar de pensar en lo traumático que sería volver a pisar aquel suelo en el que tantas veces hicimos el amor e intenté inocularme para no sentirme mareada al oler de nuevo su perfume. Por supuesto, de tanto querer evitarlo, fue exactamente lo que sucedió.
Nada más entrar me di cuenta de que aquel no era el piso que yo habité. Tardó tan poco en hacer cambios que sentí una dolorosa punzada en el estómago. Siempre pensé que aún no estaría recuperado, que todavía guardaría mis cosas tal y como las dejé.
La habitación seguía parecida, eso sí. Únicamente había retirado mi biombo a un lado y quitado de la mesilla aquella foto en la que se nos veía tumbados en la estación de trenes de Estambul. Ese me pareció un gesto normal dada la situación.
Anduve unos minutos por todas las estancias, pasé primero por el vestidor para comprobar si mi ropa seguía allí (efectivamente, allí seguía mi ropa de la temporada anterior). Después me dirigí al baño para, lo reconozco, comprobar si mis sospechas de que hubiera otra mujer se confirmaban o no. Busqué pequeñas pistas como un cepillo de dientes de más, algún tampón, o un simple aroma afrutado en la ducha. No encontré nada de eso pero sí me topé con una crema hidratante unisex que no me sacó de dudas (se podían ir al carajo las empresas de cosméticos) Hubo un momento en el que llegué a pensar que quizás en el fondo aún me añoraba, que no me podía guardar rencor porque me amaba demasiado. ¡Qué falacia!
Cuando ya hube espiado cada rincón de la casa, me decidí a hacer lo que verdaderamente había ido a hacer allí, que era recoger mis cosas. Abrí el armario de la habitación y me encontré con un hueco insultantemente vacío. Un vacío que decía, “busca como una perra tus pequeñas cosas, yo te he arrojado de mi vida” Efectivamente busqué como una perra mis recuerdos y finalmente encontré cinco cajas amontonadas en la terraza pequeña. Junto a la secadora y las pinzas de tender apiló mis libros y CDs, mis zapatos de tacón y los cuadros que pinté en mi época naif. Todo se reunía allí como retazos de un mercadillo abandonado a las afueras de París. Como las pulgas del barrio bajo hacen cola en el supermercado… Así me sentí yo en aquella escena.
Lo tendré merecido, lo sé. Sin embargo, yo aún le amo a mi manera (aunque eso a él no le parezca suficiente).
Contrastes
Hace 16 años